03 noviembre, 2007

Pide a cada uno lo que puede dar

Hay algunas cosas que no se olvidan. Hace muchos años, tendría yo 14 ó 15, recuerdo haberle dicho a mi padre (aunque no se refiriéndome a qué) que yo solo exigía a los demás lo mismo que me exigía a mi misma convencida de estar en el paradigma de la justicia. Y recuerdo como si fuera ayer su respuesta: "haces mal, debes exigir a cada uno en función de sus posibilidades, a los que no lleguen hasta donde llegas tu no puedes pedirles más, a quienes lleguen más lejos, que no se conformen" Recuerdo haberme sentido algo confusa en aquel momento y sin embargo ¡cuan claro he visto el acierto de esas palabras a lo largo de los años! y cuánto me han ayudado para relacionarme con los demás, con mis amigos, mi pareja, mis hijos, mis colegas, jefes, alumnos o empleados.

Cuando era niña solía quejarme de lo que me parecían caprichos inacabables de mi hermano pequeño considerando que recibía más que los demás y encima nunca estaba satisfecho. En alguna de las ocasiones en que debía estar quejandome de ello mi padre me dijo: "no es más feliz el que más tiene sino el que menos desea". Esta también se ha convertido en una máxima para mi vida; no evita que anhele las estrellas pero me hace disfrutar de cada grano de arena que poseo. Mi infancia y mi juventud aparecen en la película de mi memoria ligadas a largas conversaciones con mi padre sobre miles de temas, desde literatura a matemáticas, desde astronomía a filosofía, desde política a cine y, muy especialmente, su propia historia personal. Echo la vista atrás y aparecen juegos en la piscina, carreras por la Avenida de Anaga, partidas de petanca, de tute, de remigio... tardes de sábado arrodillada al lado de su sofá viendo "sesión de tarde" en un salón repleto de niños (mis 8 hermanos pequeños) y, muy especialmente, risas y más risas. Todavía hoy mi padre es, con diferencia, la persona más aguda y divertida que conozco, nunca fué condescendiente, su humor es inteligente y no hace concesiones, lo pillas o no lo pillas. Estoy convencida de que el ejercicio mental a que estábamos sometidos desde pequeños para pillarle los chistes nos ha convertido en la pandilla de mordaces impenitentes que somos y hace de las reuniones familiares un ejercicio de dardos lingüísticos e irónicos de lo más hilarante.

Siempre he estado orgullosa de mi padre, de su inteligencia, de su honradez, de su capacidad de trabajo, de su devoción por su familia, de su cultura inacabable, de su interés por todo y por todos, de sus rarezas... si, también estoy orgullosa de esas singularidades que lo hacen un poco "friki" como el hecho de coleccionarlo todo, incluso cartas Magic a los 50 años. Me gusta pensar que haber tenido 9 hijos le ha permitido disfrutar de 9 juventudes aunque haya tenido que sufrir también 9 adolescencias. Pero más allá del orgullo hay una cosa que es la primera que me viene a la cabeza cuando pienso en él: su afán de darnos siempre todo lo que queríamos. Si mencionábamos algo que nos gustaba, una afición, un interés, en poco tiempo y en la medida de sus posibilidades aquello estaba en nuestras manos o, si no, la fórmula para conseguirlo. ¿Como se las arregló para no convertirnos en mimosos o pusilánimes? No lo se, tal vez su táctica era convertir los deseos en posibles para que nunca nos rindiéramos ante las dificultades, tal vez era su manera de decirnos "las cosas están ahí, ahora yo os las alcanzo, mañana vosotros tendréis que conseguirlas para vosotros y vuestros hijos" Aún hoy nos sorprende en ocasiones con un libro, una información, un objeto que, a veces sin darnos cuenta, hemos mencionado que queríamos o necesitábamos. Por ello en mi ánimo solo puede existir un profundo cariño y un inmenso agradecimiento.

Ahora que el paso del tiempo parece multiplicar las dificultades, que la enfermedad golpea y dificulta recuperar las fuerzas, ahora que mi propia vida me ha llevado a tener que enseñar lo que tu me enseñaste, a entender lo poco que me prohibiste y a apreciar lo mucho que me diste, me doy cuenta de que soy lo que soy gracias a ti. Gracias papá por pedirme, nada más y nada menos, que lo que podía dar.

3 comentarios:

Azul Flojo dijo...

Aprendo muchísimo de cada palabra que escribes. Me emociono con ellas, las mastico, las saboreo y las disfruto como una cena sencilla de mil y un sabores.
He aprendido mucho de mi padre, pero no todo lo que me hubiera apetecido aprender de él.
Hay veces que actúo con Lucía haciendo lo contrario que sé que él hubiera hecho...

Ana Gallardo dijo...

Amigo, si hay algo que he aprendido por mi propia experiencia de madre es que los hijos, no solo no vienen con un manual de instrucciones, sino que si lo trajesen además sería completamente distinto para cada hijo.

Agradezcamos a nuestros padres lo que nos dieron porque seguro que lo hicieron con su mejor intención y saber, y confiemos en que nuestros hijos sigan este consejo algún día.

Yo también he tomado decisiones que posiblemente mis padres no hibiesen tomado pero ni mis hijos son los suyos, ni los tiempos son los mismos, ni yo soy ellos. Quizá yo tuve una suerte adicional y es que al ser la primera de 9 pude comprobar como los enfoques cambian con el tiempo y con las personas. Descubrir eso me enseñó que los padres también aprenden en el proceso de crecimiento y maduración de los hijos, eso es lo que convierte a la paternidad/maternidad en la experiencia más maravillosa de la vida. Sobre todo disfrútala.

Arda dijo...

Me prometí releer el post sobre tu padre y hoy lo he hecho con calma.
Gracias Ana, por compartir con nosotros este tesoro de relación paterno/filial, del que, más allá de lo que escibes, se adivinan tantas vivencias , tanto amor, tanta dedicacion.
He tenido la suerte de tener un padre en muchos aspectos, parecido al tuyo.
Aún hoy, a sus 83 años de buena salud y gran lucidez, disfruto de nuestras charlas, de como se emociona recordando a mi madre, del apoyo que és para sus hijos....
Que afortunadas somos !.