13 enero, 2007

Manos enlazadas

Son momentos duros, momentos difíciles y tristes. No es un tiempo mio. Yo no soy la que sufro, así que ahora, estas horas, estos días, es su tiempo. Yo, nosotros, solo podemos ser espectadores, espectadores doloridos, desconcertados, impotentes. Nos duele a todos su dolor, su debilidad, su sufrimiento. Son horas de silencios elocuentes, de palabras no dichas por temor a que sean ciertas. Son horas de incertidumbre, de pensamientos impensables que alejamos de la mente como si nos contaminasen, pensamientos tabú que no queremos pensar. Estos son momentos de disimulo, de no querer mostrar que tenemos miedo, todos tenemos miedo. Trato de imaginar el sufrimiento de mis padres, nuestros padres, y me resulta imposible por lo inmenso que debe ser: el dolor de un hijo siempre es insufrible.

Pero también son momentos de esperanza, de una esperanza compartida y telepática a la que nos aferramos todos, sobre todo él, para mantenernos a flote. También son momentos de amor. Asisto emocionada a como le cuida, como le ayuda, como le besa la cara sudorosa, como enlazan sus manos permanentemente diciéndose sin palabras que pase lo que pase les pasa a los dos. Estos son momentos de amor y de ternura, de cosas que se ponen a prueba y se fortalecen, de personas que dan la talla y están a la altura.


Estoy triste pero este no es el tiempo de mi tristeza. Debe ser el tiempo de la confianza. De enlazar nuestras manos con las suyas para que sienta que estamos ahí, de enlazar nuestras manos para sentirnos un poco más seguros.

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